No sé por qué, quizás por una curiosidad innata, quizás por una tendencia natural a lo inexplicable, quizás porque nunca tuve mucho en qué entretenerme -vaya a saber uno por qué a fin de cuentas-, pero el hecho puntual es que siempre una pregunta estuvo en mi cabeza. Una pregunta simple y compleja al mismo tiempo: ¿qué es un fantasma? Durante años traté de hallar una respuesta más o menos convincente, algo que me demostrase, más allá de los miles de casos de apariciones, de “Poltergeist” en todo el mundo, qué cosa es un fantasma, qué cosa quiere un muerto que no está muerto del todo.
“¿Qué es un fantasma?”, se pregunta Federico Luppi al comienzo del film El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro. “Algo detenido en el tiempo, como un insecto en ámbar; que pugna por vivir, aún”. Al escuchar esa respuesta, la primera vez que vi esa película, no dejé de pensar en que ésa era una maravillosa respuesta. Poco tiempo después, supe de Hortensia.
Algo detenido en el tiempo, como un insecto en ámbar; que pugna por vivir, aún.
Se decía que nadie podía haber muerto violentamente en Villa Hortensia porque ese majestuoso caserón fue, siempre, por décadas, símbolo de fiesta y esplendor, de progreso, de “Dolce vita”. Pero, inexorablemente, todo pasa, todo se termina; todo acaba, mal que nos pese, en la decadencia y el horror; en el olvido, o en ese lugar a donde parece va a parar todo: lo bueno, lo malo, lo ambiguo, lo que amamos, lo que odiamos, lo que ignoramos. Por eso, y por cuestiones legales entre herederos que tuvieron el sabor de una riña de gallos, Villa Hortensia fue perdiendo luz, brillo y status y se convirtió en un lugar deshabitado, en un cementerio de lujosos muebles. En ese tiempo fue cuando aparecieron los rumores del fantasma.
Allí, en esa mansión llena de historia y muebles pero vacía de gente, “había algo”; algo que, por las noches, provocaba sombras y extrañísimos ruidos. Hasta se dice que, en cierta ocasión, cuando unos inescrupulosos amigos de lo ajeno intentaron robar muebles, en el momento exacto de empezar a llevarse todo, vieron cómo las luces se encendían y se apagaban a pesar de que en la casa hacía años que no había corriente eléctrica; cómo desde una habitación, llamada “la habitación del diablo”, aparecía una atroz imagen femenina que intentó, según relataron después los asustados ladrones en la comisaría, quemarlos con un fuego que manaba de sus ojos encendidos de furia. Al parecer, era Doña María Hortensia, muerta y hecha fantasma, que se negaba, por todos los medios, los conocidos y los desconocidos, a dejar el caserón. Pero no. No es tan simple. Como se responde Federico Luppi, un fantasma es algo detenido en el tiempo, algo que pugnan por vivir, aún. Y sí, allí, en Villa Hortensia, había algo, había alguien que, de alguna manera, pugnaba por seguir viviendo: la casa misma. Era ella, el fantasma de Villa Hortensia, encarnado en el espectro de su propietaria, la mismísima Doña María Hortensia, que, desde algún lugar, desde el lugar a donde van los que todavía tienen o dejaron “cosas por hacer o decir” aquí, en el mundo de los mortales, en el mundo donde está la mansión.
Hay otro rumor, uno más secreto porque involucra gente del gobierno, que dice que, antes de transformar al caserón en Distrito Municipal, se convocó a una famosa médium que organizó, una noche de viernes a la hora de las brujas, a las tres de la madrugada en punto, una sesión de espiritismo para convocar al fantasma y pedirle, de alguna manera, “permiso” para la instalación de dicho predio municipal. Y Hortensia apareció a través de la médium, que estaba en trance y hablaba con voz extraña. Emitía inentendibles sonidos guturales cuando, de repente, una voz amable pero firme dijo, a través de las cuerdas vocales de la médium: “No quiero que nadie destruya mi morada. Es mi hogar. Fue mi hogar y lo seguirá siendo. Quiero que las puertas estén abiertas para todo el mundo. Quiero que se respete mi hogar, que su arquitectura recupere el brillo. Quiero que la luz del sol vuelva a ingresar por los ventanales y se refleje en todas las paredes, en todos los cuartos. Sólo de esa manera yo podré estar en paz”. Y desapareció para siempre. Meses después, se abrió el Distrito Norte, respetando al pie de la letra las palabras de su primera moradora.
Leonel Giacometto (Mil gracias Leonel!!!)
“¿Qué es un fantasma?”, se pregunta Federico Luppi al comienzo del film El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro. “Algo detenido en el tiempo, como un insecto en ámbar; que pugna por vivir, aún”. Al escuchar esa respuesta, la primera vez que vi esa película, no dejé de pensar en que ésa era una maravillosa respuesta. Poco tiempo después, supe de Hortensia.
Algo detenido en el tiempo, como un insecto en ámbar; que pugna por vivir, aún.
Se decía que nadie podía haber muerto violentamente en Villa Hortensia porque ese majestuoso caserón fue, siempre, por décadas, símbolo de fiesta y esplendor, de progreso, de “Dolce vita”. Pero, inexorablemente, todo pasa, todo se termina; todo acaba, mal que nos pese, en la decadencia y el horror; en el olvido, o en ese lugar a donde parece va a parar todo: lo bueno, lo malo, lo ambiguo, lo que amamos, lo que odiamos, lo que ignoramos. Por eso, y por cuestiones legales entre herederos que tuvieron el sabor de una riña de gallos, Villa Hortensia fue perdiendo luz, brillo y status y se convirtió en un lugar deshabitado, en un cementerio de lujosos muebles. En ese tiempo fue cuando aparecieron los rumores del fantasma.
Allí, en esa mansión llena de historia y muebles pero vacía de gente, “había algo”; algo que, por las noches, provocaba sombras y extrañísimos ruidos. Hasta se dice que, en cierta ocasión, cuando unos inescrupulosos amigos de lo ajeno intentaron robar muebles, en el momento exacto de empezar a llevarse todo, vieron cómo las luces se encendían y se apagaban a pesar de que en la casa hacía años que no había corriente eléctrica; cómo desde una habitación, llamada “la habitación del diablo”, aparecía una atroz imagen femenina que intentó, según relataron después los asustados ladrones en la comisaría, quemarlos con un fuego que manaba de sus ojos encendidos de furia. Al parecer, era Doña María Hortensia, muerta y hecha fantasma, que se negaba, por todos los medios, los conocidos y los desconocidos, a dejar el caserón. Pero no. No es tan simple. Como se responde Federico Luppi, un fantasma es algo detenido en el tiempo, algo que pugnan por vivir, aún. Y sí, allí, en Villa Hortensia, había algo, había alguien que, de alguna manera, pugnaba por seguir viviendo: la casa misma. Era ella, el fantasma de Villa Hortensia, encarnado en el espectro de su propietaria, la mismísima Doña María Hortensia, que, desde algún lugar, desde el lugar a donde van los que todavía tienen o dejaron “cosas por hacer o decir” aquí, en el mundo de los mortales, en el mundo donde está la mansión.
Hay otro rumor, uno más secreto porque involucra gente del gobierno, que dice que, antes de transformar al caserón en Distrito Municipal, se convocó a una famosa médium que organizó, una noche de viernes a la hora de las brujas, a las tres de la madrugada en punto, una sesión de espiritismo para convocar al fantasma y pedirle, de alguna manera, “permiso” para la instalación de dicho predio municipal. Y Hortensia apareció a través de la médium, que estaba en trance y hablaba con voz extraña. Emitía inentendibles sonidos guturales cuando, de repente, una voz amable pero firme dijo, a través de las cuerdas vocales de la médium: “No quiero que nadie destruya mi morada. Es mi hogar. Fue mi hogar y lo seguirá siendo. Quiero que las puertas estén abiertas para todo el mundo. Quiero que se respete mi hogar, que su arquitectura recupere el brillo. Quiero que la luz del sol vuelva a ingresar por los ventanales y se refleje en todas las paredes, en todos los cuartos. Sólo de esa manera yo podré estar en paz”. Y desapareció para siempre. Meses después, se abrió el Distrito Norte, respetando al pie de la letra las palabras de su primera moradora.
Leonel Giacometto (Mil gracias Leonel!!!)
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